Lamentablemente a través de la historia de la humanidad esta ha sido una decisión tomada muchas veces para resolver conflictos. Los ministerios y secretaría de la defensa, se hacían llamar de guerra, porque así era concebido el cargo. Como lo postulara Von Clausewitz en su famoso libro “De la Guerra”, esta es la política por otros medios. Si no nos podemos poner de acuerdo, entonces, matémonos, hasta que alguien diga, no nos maten más, nos rendimos.
El mundo ha evolucionado, pienso yo, y por tanto, los ministerios no son de guerra sino de defensa y se reconoce, en la mayoría de los países que es preferible gastar el dinero en negociadores que en soldados. Pero siempre se puede jugar a la guerra. Sobre todo, si algún trasnochado cree que para ser considerado héroe de la patria se necesita llenar su solapa de medallitas y chapitas, que demuestren que a la “patria” se la ganó con sangre.
Es cierto que en Venezuela, se enseña con pasión la gesta de Bolívar y de nuestros libertadores. Nuestra historia, se divide en tres partes, lo que pasó antes de la independencia, la guerra de la independencia y lo que ocurrió después de la guerra de la independencia. Los epónimos de nuestras plazas, avenidas y escuelas rinden tributo a héroes militares y no a los héroes civiles. Hay miles de estatuas de Bolívar, Miranda, Sucre, Urdaneta. José María Vargas y Andrés Bello, son excepciones a la regla. Celebramos la muerte y el sacrificio, pero poco hacemos por reconocer a nuestros héroes civiles. ¿Cuántas estatuas hay de Arnoldo José Gabaldón, el hombre que le salvó la vida a más venezolanos en el siglo XX?
Sin embargo, ante el mensaje guerrerista que esconde nuestro acervo histórico, la gente, que no es tonta, sabe lo que ésta implica. Así que deja los actos heroicos a una minoría belicosa, que por lo general pasan desapercibidos en lo que llaman la espiral del silencio.
Pero hay ocasiones, donde el ímpetu guerrero se impone. La guerra requiere un ingrediente fundamental, odio. Es más fácil matar a lo que se odia que al indiferente. Chávez lo hizo en abundancia. Creyéndose heredero del trono de Maisanta insufló suficiente odio de clase. A partir de él, los venezolanos que olvidamos con la pacificación de Caldera, que la política se podía realizar sin muertos, se volvió a tentar por esa posibilidad. “Nuestra revolución es pacífica, pero armada” solía decir. Con los consejos de Fidel Castro, convenció a la clase media de su proyecto Castro comunista y la creencia en muchas mentes, que solo a través de la violencia se puede salir de este régimen. Durante su gobierno se desarrolló un enfoque político hegemónico, que bien puede estar sustentada en la tesis de Carl Schmitt quien concebía a la política como la confrontación entre amigos y enemigos.
Hoy sus herederos sienten que la revolución se quiebra entre la debacle económica y el deterioro moral. El hombre nuevo no mata por la liberación de la patria, ni por la construcción de la utopía comunista, sino por lo que se lleva en la cartera, un teléfono inteligente o el dinero del cajero electrónico.
La clase media, la que más resienten la crisis, la clase que siempre adversó moralmente el régimen de Chávez, se rebeló. Y lo hizo de manera ruidosa. Con la vanguardia estudiantil, que lucha por su futuro y que actúa de manera autónoma, con la idea que si el país no cambia, tendrá que escoger entre el exilio económico o la dependencia económica. Sin embargo, su empuje es insuficiente si lo que se desea es lograr una solución definitiva, el desplazamiento de la cúpula en el poder invocando el artículo 350 de la constitución. Si con barricadas se tumbaran gobiernos, sencillamente no existirían gobiernos estables en el mundo.
La clase media no aguantó más el deterioro en la calidad de su vida.
La rebelión de los jóvenes y la clase media, dieron algunos frutos. El gobierno muestra su cara dictatorial que trata de lavar ante el mundo, quien voltea su mirada cuando deja de mirar a Ucrania, en Venezuela. Una delegación de Unasur trata de mediar para que el show mediático de las “Conferencias de Paz” propulsada por el gobierno como una estrategia comunicacional para enfrentar la crisis, se convierta en una mesa real de dialogo y conseguir la participación de la Alternativa Democrática, renuente hasta ayer de participar (con toda razón) en este espectáculo.
Si fuera posible llegar al poder a través de la protesta de calle, no habría necesidad de dialogo, sino de acción. Las evidencias sin embargo son apabullantes, pocos, muy pocos gobiernos caen, por protestas populares. Ucrania y los países de la primavera árabe, forman parte de una minoría histórica. No dialogar, no transigir con el enemigo, aquellos que dialogan son traidores y otros improperios más, generan más división, favorecen al adversario que se pretende derrotar. En la actual crisis, los ufanos se sienten poderosos, a sus gritos de guerra los acompaña la infantería de twitter y la artillería de facebook, alentados por los batallones que gritan “acábenlos” desde Miami. Creen que el triunfo se encuentra en la vuelta de la esquina. Solo es cuestión de no cansarse. En la espiral del silencio se encuentran ahora los pacíficos.
Por otra parte, pueden ellos gobernar, en paz, como ocurrió entre el 2004 y el 2012. Difícilmente. Pueden asumir las rectificaciones económicas, sin buscar unos consensos mínimos, prácticamente imposible. Quizás la arrogancia, el desprecio por la gente que lo adversa, los lleve a considerar esta opción. Quizás en sus delirios, le compren la tesis de Giordani donde hay que mantener la gente pobre, para el beneficio político. Puede ser que lo piensen, pero al final saben que el mundo de hoy exige el tener que contarse, y que difícilmente, de seguir ese camino, puedan evitar una derrota electoral, así cuenten con un régimen abusivamente ventajista. Así que si quieren lograr algo de estabilidad, necesitan sentarse, con otro ánimo distinto a ganar tiempo para luego seguir con su política de exclusión, destrucción económica y de abatimiento social.
El diálogo parece ser una necesidad cuando queremos evitar que nos matemos, sin embargo las señales que da el gobierno es que va al dialogo más para vencer que para convencer. Si se asume lo dicho por el gobernador Istúriz, que la revolución necesita del conflicto para triunfar, entonces no quedará otra alternativa que matarnos.
¿Y si no queremos matarnos?
Sencillamente hay que dialogar. ¿Qué se puede ganar con el dialogo? La alternativa democrática debe buscar un macro objetivo: derribar el sistema que garantiza la hegemonía del régimen y logar el pluralismo. Esto se logra, con acuerdos que hagan valer la constitución, como el respeto a la voluntad de los electores y una verdadera división de poderes. Además existen otros objetivos puntuales: la libertad de los presos políticos y de los estudiantes detenidos. La restitución de los Alcaldes y de los diputados arbitrariamente despojados de su investidura.
¿Y que ganaría el gobierno? Pues sencillamente respeto a sus cargos. Que el presidente, asuma sus responsabilidades para enfrentar la crisis económica y social, que ellos mismos generaron en estos 15 años de gobierno.
No les gusta que Maduro sea el presidente y lo que representa, a mi tampoco me gusta. Es fácil apelar al 350, menos fácil es ejecutarlo. Veamos nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Ponderemos, lo que es a mí, las cuentas no me cuadran. A lo mejor en unas semanas sí, puede ser que en otros meses, cuadren. Pero ahora, siguen sin cuadrarme. Al gobierno tampoco le deben cuadrar. La revolución francesa la iniciaron los burgueses y algunos nobles en los estados generales, pero el día nacional de Francia se celebra cuando es tomada La Bastilla por la muchedumbre parisina.
Por ahora, el juego sigue trancado, pero por lo menos, ya algunos están dispuestos a sentarse para destrancarlo. Si no se destranca, entonces, la salida quizás se logre “matándonos”.